Marcas del pasado

Estaréis de acuerdo conmigo, en que hay determinadas experiencias vividas durante la infancia, que nos marcan para siempre. Personalmente, tuve la suerte de poder vivir grandes momentos a lo largo la misma, en un maravilloso lugar en el que estuve en permanente contacto con la naturaleza, alejado de la urbe y de la vorágine que conlleva vivir en una gran ciudad, un paraje en el que poder escuchar el silencio, pudiendo reencontrarme conmigo mismo, y en el que se empezó a gestar una gran curiosidad por toda la temática relacionada con la meteorología, que a lo largo del tiempo se terminó convirtiendo en una gran pasión. Fueron pocos años, menos de los deseados, los que pude disfrutar de aquel lugar, pero los suficientes como para poder vivir en primera persona de una gran variedad de fenómenos meteorológicos, que hasta ese momento para mí tenían un carácter extraordinario.

Sin lugar a dudas, una de las situaciones que más me marcó en mi niñez, fue la que aconteció en el mes de diciembre de 1996, con una gran nevada que tiñó de blanco tierra santa y que me permitió disfrutar en el imperante silencio existente, de la blanca estampa creada por la nieve, únicamente perturbado por la gran ventisca que acompañaba al blanco meteoro.

Del mismo modo que todo aquello llegó, se marchó, quedando para siempre el imborrable recuerdo de las maravillosas experiencias vividas durante aquellos años, del frío en la cara de la estepa alcarreña, de los carámbanos fieles a su cita invernal, del inconfundible olor de los bosques de encina, de la majestuosa e imperturbable estampa del pico Ocejón.

Para siempre.

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